Cambio

¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio.
H. G. Wells

Crisis

“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.”

Albert Einstein

Revolución

Las revoluciones se producen en los callejones sin salida.

Bertolt Brecht

 

Temas presentaciones


Fuente de los documentos: Gonzales, Amézola. “Del largo siglo XIX al corto siglo XX. 2009. España


Puedes solicitar una copia del documento en word al correo electrónico de la clase cebsociales@gmail.com 

Tema 1. Todo comienza en Inglaterra
¿Por qué Inglaterra, un país pequeño y poco poblado, fue el escenario donde se desencadena por primera vez la Revolución Industrial?  Hacia el siglo XVIII, la población de Inglaterra era de unos siete millones y medio de habitantes, mucho menor que la de Francia o Rusia (que tenían unos veinte millones cada una), un poco menor que el Imperio Austriaco (superaba, aproximadamente, los ocho millones) y más o menos los mismos que España. China, por su parte, tenía ciento ochenta millones de habitantes, más que toda
Europa en su conjunto. Francia, además, aventajaba a Inglaterra no sólo en población, sino también en riqueza y cultura. Inglaterra era aparentemente más débil. Sin embargo, otras ventajas resultaron claves para su desarrollo industrial.

Los británicos dominaban territorios que habían conquistado y colonizado aportándoles extraordinarias ventajas: de allí extraían materias primas y vendían sus productos. Además, en Gran Bretaña existía una poderosa burguesía que tenía gran influencia en la política. Desde la Revolución Gloriosa de 1688 se había instalado la monarquía parlamentaria (el régimen de gobierno imperante hasta ahora). Este régimen político estableció el predominio del poder legislativo sobre el ejecutivo: el monarca reina pero no gobierna y se limita a ser garante de la estabilidad política. El poder legislativo estaba formado por dos Cámaras: la de los Lores –integrada por la gran nobleza y los dignatarios eclesiásticos- y la Cámara de los Comunes, que con el tiempo se fue transformando en la más importante y en la que había una fuerte presencia de la burguesía. Desde allí, entonces, los burgueses participaban en la dirección política del Estado, influían en el propósito de conseguir y asegurar mercados y defendían sus intereses.

Asimismo, las comunicaciones internas de Inglaterra eran excepcionales para la época. Hacia el siglo XVIII sus carreteras eran las mejores de Europa. Con esta red de carreteras los ingleses tenían posibilidad de viajar por tierra por toda la isla. Las vías terrestres eran útiles para el transporte de personas y mercaderías livianas, no solucionaban el «tránsito pesado». Para ello, lo más práctico en aquel momento era el transporte por agua, y los ingleses también tenían solución para este problema. Construyeron canales para interconectar los ríos navegables y, además, era posible unir por vía marítima los distintos puntos de sus costas. Todo ello favorecía notablemente el tránsito de personas y el tráfico de mercaderías, y se puede decir que los británicos habían logrado formar un verdadero mercado nacional.

Por otra parte, existían también otras ventajas menos evidentes, casi «invisibles». En Inglaterra tenían gran importancia las llamadas «artes mecánicas» y los problemas de la industrialización del siglo XVIII los resolverían hombres prácticos que pudieran dar respuesta con inventos simples a los dilemas que debían resolver para aumentar la producción de mercaderías. Todas las máquinas inventadas para aplicar en la industria algodonera (la primera desarrollada con la Revolución Industrial) fueron resultado de la obra de artesanos ingeniosos. Otro factor favorecería a los británicos en este aspecto: sólo con las máquinas no se lograría nada. Se necesitaba que pudieran ser comprendidas e Inglaterra, a pesar de que en la gran cultura estaba detrás de Francia, tenía en la época la tasa de alfabetización más alta de Europa, lo que la favorecía ampliamente.

Todo esto, sin embargo, no habría producido mayores consecuencias si no hubieran existido en Gran Bretaña condiciones que permitieran que la revolución «explotara». Otras naciones percibieron la industrialización inglesa e intentaron copiarla importando máquinas, ingenieros y obreros sin obtener ningún resultado.

¿Cuál era el elemento necesario y propiamente inglés que los otros países no podían ofrecer? Sin duda, la madurez de las relaciones capitalistas. En las ciudades existían grandes comerciantes que lograban enormes ganancias con el comercio de ultramar y disponían de capital. En el campo las relaciones feudales habían desaparecido a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Como en ningún otro lugar de Europa, la mayor parte de la tierra estaba en manos de grandes propietarios y era trabajada por campesinos que cobraban un salario por su labor. Esta madurez del capitalismo en la Inglaterra de finales del XVIII explica los espectaculares resultados de los cambios. Asimismo, plantea una aparente paradoja: para que haya Revolución Industrial es necesario que el capitalismo haya madurado. Así, cuando se produjo la industrialización, el sistema capitalista dio un salto tan grande que hizo que su crecimiento fuera imparable.

1. Vuelve a leer el texto. Verás que comienza con una paradoja, es decir, una idea extraña u opuesta a la opinión común. Inglaterra, un país pequeño y poco poblado, es la «cuna» de la industrialización. Para explicar este aparente contrasentido, el texto detalla factores y condiciones que hicieron posible la Revolución Industrial en esa región. Reconócelos y enuméralos con tus palabras. Fíjate en el ejemplo:
Los territorios conquistados y colonizados por Inglaterra les aportaban materias primas y mercados para la venta de los productos.

2.  A partir del listado de factores, sintetízalos con una palabra-clave y ejemplifícalo. Fíjate en el ítem ya resuelto.
Factores técnicos: dominio de artes mecánicas.


Una revolución en el campo
¿Cómo es posible que de una sociedad agrícola surja una sociedad industrial? Para que la Revolución Industrial se produjera primero fueron necesarios cambios en el mundo rural. La industrialización supone la concentración de gente en las ciudades. En cambio, en una sociedad preindustrial el 80% de las personas vive en el campo, sobre todo porque las técnicas utilizadas para producir alimentos necesitan gran cantidad de mano de obra para las tareas rurales. El hambre era el peligro que había acechado a los europeos a lo largo de su historia porque los excedentes de sus cultivos eran escasos. Uno o dos años de malas cosechas podían provocar hambrunas masivas y de hecho en Inglaterra, hasta el siglo XVII, se calculaban doce periodos de hambre cada cien años. Pero entre 1750 y 1800 se produjo una verdadera revolución agrícola: una serie de mejoras en las técnicas de cultivo dieron como resultado un gran aumento de la producción de alimentos. Esto preparó las condiciones para que la Revolución Industrial fuera posible.  Si quisiéramos sintetizar cuáles fueron las novedades que aumentaron espectacularmente la producción y la productividad agrícolas podríamos limitarnos a una serie de puntos.

Por una parte, se elimina el barbecho y se reemplaza por la rotación continua de cultivos. Para evitar el agotamiento del suelo hasta el siglo XVIII se practicaba la rotación trianual: se alternaban dos años de cultivo por uno en que el terreno quedaba sin cultivar (barbecho) para restituir la fertilidad de las tierras. En el siglo XVIII el sistema cambia por el de rotación: cada tres o cuatro años (aunque a veces se podía llegar a seis o doce) se cultivaba la tierra, a la que se le quería restablecer la fertilidad, con distintas especies, entre ellas forrajeras como la alfalfa, el heno y la avena. Estas plantas se utilizaban para la alimentación del ganado, mejorando la disponibilidad de lácteos y carne para el consumo (hasta esa época, parte de las reses eran sacrificadas en invierno porque no se las podía alimentar). Por otra parte, la mayor cantidad de animales apacentando aumenta el abono y la fertilidad de las tierras, mejoradas también por esta razón. Con este simple cambio, el aprovechamiento de la tierra aumenta en un 30%.

También se introducen nuevos cultivos: zanahorias, maíz, nabos, patatas, etc.  La difusión de este último cultivo tiene gran importancia para que las hambrunas fueran menos graves. Una misma parcela de cultivo alimenta de dos a tres veces más personas si se plantan patatas en lugar de trigo. Por otro lado, el trabajo da mejores resultados por la utilización de herramientas más eficaces (arados que mejoran su estructura y tienen más partes de hierro permitiendo roturar más profundamente los campos; guadañas que se usan en lugar de las hoces y sembradoras que reemplazan la siembra al azar).  Se incorporaron nuevos campos al cultivo desecando pantanos y drenando las tierras húmedas. También se aumentó el aprovechamiento del caballo como animal de tiro mediante el uso de herraduras (un caballo herrado tiene una velocidad de tracción un 50% mayor que la de un buey. Por último, se produjo un gran esfuerzo en la selección de semillas y la cruza de animales (una de sus consecuencias fue el aumento del peso del ganado y la mejora en la obtención de leche).

Los resultados de estos cambios fueron muy importantes: la producción en el campo aumentó de manera espectacular. Si había doce hambrunas cada cien años hasta el siglo XVI, en el XVII hubo cuatro, cinco en el XVIII y sólo una en el XIX (en 1812).  A estas innovaciones se suma otro importante proceso: la extensión de la explotación económica de las tierras por el sistema de propiedad privada, que hace rentable la aplicación de las nuevas técnicas para los propietarios rurales.  Las que eran tierras comunales durante la Edad Media (en las que todos los campesinos podían apacentar su ganado, coger leña o cazar) fueron cercadas por los terratenientes, que reclamaron derechos sobre ellas y obtuvieron la aprobación por la Ley de Cercamientos. Desde entonces, las personas de escasos recursos trabajaron en el campo a cambio de un salario sin ningún otro medio para sobrevivir. Esto hizo que los campesinos pobres emigraran a las ciudades donde se convertirían en mano de obra disponible para la industria.

1. Una vez leído el texto, extrae de él la información necesaria para completar el siguiente cuadro analítico. En algunos casos, las consecuencias están mencionadas explícitamente; en otros, deberás pensarlas tú.



Tema 2. Los tejidos marcan el camino
Durante más de dos siglos la industria de los tejidos se había desarrollado en Inglaterra, pero las telas británicas destacadas eran las de lana que formaban la mayor parte de sus exportaciones, tanto por su volumen como por su valor.  Sin embargo, la modernización se produjo en una industria de tejidos que era insignificante en la época: la de telas de algodón. Allí apareció por primera vez la utilización de máquinas y la organización de la producción en fábricas.

Los obstáculos técnicos que debían vencerse para realizar los cambios fueron los primeros que comenzaron a superarse: en 1733 un relojero llamado John Kay patentó un invento que él describía como una «nueva lanzadera para mejor y más preciso tejido de paños anchos». Se trataba de lo que luego sería la famosa «lanzadera volante». Era un aparato simple que permitía tejer piezas de un ancho superior a la apertura de los brazos humanos sin recurrir -como había sido necesario hasta ese entonces- al empleo de dos trabajadores y, por lo tanto, servía para tejer más rápido.

La velocidad en el tejido presentó un serio problema: había que proveer de hilado a las máquinas más rápidamente de lo que podía hacerlo a mano un hilador. En 1738, un carpintero de nombre John Wyatt y Lewis Paul, un emigrado francés, patentaron una máquina para hilar lana y algodón. Sin embargo, la nueva tecnología sólo podía utilizarse con la fibra de algodón porque la de lana era más quebradiza y se cortaba fácilmente si se utilizaba con las máquinas.  Los fabricantes de paños lana temían que los géneros de algodón les restaran clientes. Y ese miedo tenía fundamentos. El algodón servía para una gran variedad de usos (cortinas, manteles, sábanas, ropa de calle, ropa interior), en muchos de sus empleos era más práctico porque se secaba más rápido que la lana (y, por lo tanto, lo que se fabricaba con fibra de algodón se podía lavar con más frecuencia), era más barato y presentaba un atractivo adicional: se le podía realizar vistosos estampados.

En aquel momento, las telas de algodón más apreciadas por su calidad eran importadas de la India. En consecuencia, los intereses laneros lograron que el Parlamento prohibiera su introducción en Inglaterra en 1721. Lo que no calcularon fue que de esa manera creaban en su país un mercado suficiente para comenzar a desarrollar una revolución en la industria algodonera que permitiría cubrir la demanda insatisfecha por la falta de las auténticas indianas (que era el nombre que se le daba a las telas importadas de la India).  Con el crecimiento de la demanda, y la posibilidad de tejer más rápido, se produjo otro fenómeno: era necesario proveer a los telares de fibra con más rapidez. Así, se produjo un verdadero «hambre de hilo» y la capacidad de los inventores se dirigió a crear nuevas máquinas hiladoras. Este ingenio era estimulado por quienes necesitaban que el problema se resolviera lo antes posible. Por ejemplo, la Society of Arts de Londres instituyó un premio de entre 40 y 100 libras esterlinas (1760 y 1763) para «el mejor invento de una máquina capaz de hilar seis hilos de lana, lino, algodón o seda al mismo tiempo y que sea necesaria una sola persona para su funcionamiento». Los resultados no se hicieron esperar demasiado. En 1764, otro carpintero llamado James Hargreaves (un hombre pobre empleado en la manufactura del algodón) inventó una «máquina de hilar» que se difundió rápidamente.


Finalmente, el éxito en la creación de nuevas máquinas de hilar fue tanto que el problema se invirtió: se hizo imprescindible fabricar tejedoras más rápidas que estuvieran al nivel de la velocidad alcanzada por las nuevas hiladoras. El remedio llegó de la mano de otro personaje que no contaba más que con su ingenio: el reverendo Edmund Cartwright quien patentó un «telar mecánico movido por una máquina de vapor» en 1785. Con este invento se cierra un ciclo: a partir de ese momento, el sistema fabril (la organización de la industria en fábricas) estuvo en condiciones de conquistar una posición central en el sistema económico y en la estructura social británicas. La Revolución Industrial era un hecho.

1.  Vuelve al texto para completar este esquema, tanto en las ideas como en las conexiones.
Te servirá para tener una visión global de los cambios e innovaciones que se produjeron, de qué manera y por qué razones.


La expansión de la industria textil
La industria textil algodonera se expandió espectacularmente y varias fueron las condiciones que ayudaron en su difusión. Era una industria pequeña, sin tradición ni grandes intereses que quisieran regular su actividad; podía conseguir materia prima en grandes cantidades, de la India, Medio Oriente o América; el costo de esta materia prima era bajo (se producía en las colonias o con mano de obra esclava, como ocurría en América del Norte) y los inventos pudieron aplicarse a la fibra de algodón sin mayores complicaciones. Si bien se puede decir que la fabricación de telas de algodón podía crecer, la verdadera pregunta es por qué creció.

En Gran Bretaña, las relaciones capitalistas habían madurado hasta el punto de que los pagos monetarios se habían generalizado para ese entonces. Había un sector importante de asalariados que vivía exclusivamente de la retribución que se le pagaba por su trabajo, que debía comprar todo aquello que necesitaba y que, por lo tanto, era una masa de probables clientes de la nueva industria.  Además, en un lapso de 50 a 60 años, desde 1780 la población se duplicó por una suma de condiciones: la mayor cantidad de alimentos que se producían desde la Revolución Agrícola; los adelantos de la medicina (por ejemplo, el descubrimiento de la vacuna contra la viruela en 1796) y las mejoras sanitarias y de higiene (por la difusión del uso de ropa interior de algodón). Los estímulos provenientes desde la propia economía británica son para muchos autores la razón suficiente del comienzo de la Revolución Industrial y su expansión.

Para otros, como el historiador inglés Eric Hobsbawm, el mercado interno es una condición necesaria pero no suficiente para explicar la industrialización. El mercado británico le aseguraba a la industria un piso, una actividad regular y mínima, pero su mero crecimiento no explica los profundos cambios producidos. Si bien la duplicación de la población en medio siglo supone un cambio demográfico espectacular, desde la perspectiva de las condiciones de producción no lo es. Un fabricante de telas podría haber ido aumentando su oferta agregando simplemente más telares manuales a medida que la demanda aumentara paulatinamente. Para revolucionar la industria, dice este autor, es necesaria una demanda «explosiva» que no pueda satisfacerse más que alterando profundamente las condiciones de producción agregando máquinas y organizándolas en fábricas. La única explicación para ello la da el mercado externo. Muy rápidamente, las exportaciones fueron la fuente principal de las ventas de las telas de algodón inglesas y, dentro de esas exportaciones, la mayor parte tendrá por destino las colonias británicas. En este sentido, el gobierno inglés al incorporar nuevas colonias aseguraba mercados para su industria.

Así, una gran demanda externa se precipitó sobre la pequeña industria inglesa, que sólo pudo satisfacerla revolucionando la producción con la aplicación intensiva de máquinas. Pronto las telas de algodón se vendieron en todo el mundo y pasaron a ocupar el primer puesto en las exportaciones británicas.  Las fábricas y la utilización de máquinas se extendieron por la confección de estos paños livianos y baratos. Pero los efectos de la industria algodonera sobre el conjunto de la economía británica son reducidos. La materia prima que se utilizaba era importada de la India o de los Estados Unidos y lo que se fabricaba eran productos finales dirigidos sólo al consumo, sin afectar al resto de las industrias.

Si no se hubiera pasado de la producción de telas de algodón, la Revolución Industrial podría haber resultado como encender un fósforo en la oscuridad: se habría producido un resplandor deslumbrante que se hubiera apagado en unos pocos segundos.

Tema 3. Carbón, hierro y vapor: el corazón de la industrialización
Una de las ventajas que tenía Gran Bretaña sobre sus posibles competidores era las enormes reservas de carbón mineral que tenía dentro de sus fronteras. Holanda, una nación que a principios del siglo XVIII estaba tan adelantada o más que ella, no poseía carbón y esta ha sido una de las razones que se invocan para explicar por qué no se industrializó en aquel momento.

En la Inglaterra del siglo XVIII existía una gran demanda de carbón para la calefacción hogareña y de la industria para producir hierro. En este segundo caso sólo podía utilizarse carbón vegetal. El carbón mineral tenía un alto contenido de azufre y no podía utilizarse en el proceso de fundición. Esto imponía límites al desarrollo de la siderurgia que se veía frenada porque la tecnología le ponía un techo que no podía superar. Así, las empresas debían ubicarse donde hubiera bosques y corrientes de agua. Si la producción de hierro aumentaba, el peligro de deforestación crecía y, finalmente, cuando no había carbón de leña suficiente, la empresa debía trasladarse a otro lugar. En estas circunstancias, la actividad siderúrgica inglesa no estaba en condiciones de crecer, era insuficiente para la demanda interna y, en consecuencia, se debía importar hierro de otros países, especialmente de Suecia.

El primer adelanto tecnológico para cambiar este estado de cosas se produjo tempranamente. En 1709 Abraham Darby, un noble terrateniente empresario, idea un método de fundición utilizando carbón mineral. El hierro conseguido de esta forma era quebradizo y no podía compararse con el obtenido con carbón vegetal. Sin embargo, la fundición de Darby prosperó con la fabricación de algunos artículos pequeños: planchas, parrillas y calderos. Darby y sus descendientes fueron introduciendo adelantos en la técnica con lo que consiguieron mejorar su producto y emplear a gran escala el hierro fundido con carbón mineral. En 1779, Abraham Darby III construyó un enorme puente sobre el río Severn que era una demostración de las posibilidades del uso a gran escala de este metal. En 1784, el empresario siderúrgico Henry Cort perfeccionó el «pudelaje», un procedimiento que lograba una calidad casi pareja con el hierro obtenido con carbón de leña, pero con la ventaja de disminuir notablemente su precio, lo que permitirá su utilización intensiva en una multiplicidad de empleos. El método tenía otra ventaja: necesitaba del uso de la energía de vapor provista por la máquina inventada por James Watt. El método de Cort permitía liberar a las empresas de las zonas boscosas y con la máquina de vapor de Watt la siderurgia podía independizarse de toda subordinación a los factores naturales, tanto fueran los bosques como los ríos (década de 1780). El camino hacia la gran empresa estaba totalmente allanado.

Una de las características de la industrialización británica fue la utilización de la energía del vapor. En los inicios de la Revolución Industrial, las máquinas eran accionadas por fuentes de energía naturales heredadas de la Edad Media, como el aprovechamiento de la fuerza del viento o de las corrientes de agua. La máquina de vapor se fue desarrollando poco a poco, y en varios momentos relacionada con el carbón. La creciente demanda de este combustible llevó a que las minas fueran profundizando sus túneles y que se inundaran cuando por accidente se perforaba una napa de agua. Para desagotarlas, se utilizaron máquinas de vapor existentes (como las de Newcomen), que James Watt perfeccionó.

Si bien el primer propósito de la máquina de vapor fue desagotar las minas, las posibilidades que brindaba el nuevo instrumento eran enormes. Muy pronto, Watt descubrió cómo su invento podía adaptarse para impulsar el movimiento de otras máquinas y se asoció con un hombre de negocios llamado Matthew Boulton para comercializar su invento. En esta fábrica, creada el 1775 en Birmingham, trabajaban veinticinco años después mil obreros y para esa época había 110 máquinas en Inglaterra, con una potencia instalada de 2000 H.P. De ellas, 92 máquinas funcionaban en los mecanismos cada vez más complicados de las fábricas de hilados y tejidos de algodón.

La aplicación del vapor constituyó la última fase de la organización de la producción en fábricas; sólo instalaciones de grandes dimensiones podían emplear económicamente la energía de estos enormes aparatos que producían Watt y Boulton.  Pero el vapor tendrá, además, una aplicación en los transportes de consecuencias imprevistas. La necesidad de transportar grandes cantidades de carbón a las industrias siderúrgicas plantea el problema de crear un método eficiente para llevar a las fundiciones los pesados cargamentos de combustible desde las minas.

El antepasado remoto del ferrocarril existía en Inglaterra desde 1600 y consistía en dos modestas vías que mejoraban la superficie sobre la que se deslizaban con más facilidad los pesados cargamentos impulsados por caballos que tiraban de los carros en las zonas mineras. Poco a poco se fue viendo la necesidad de una fuerza superior a la tracción animal como consecuencia del incremento de la actividad de la industria siderúrgica. Muchos hombres trataron de encontrar una solución al problema pero fue George Stephenson el que logró desarrollar (1829) la Rocket, el prototipo de la locomotora moderna, que alcanzaba una velocidad asombrosa: más de 20 kilómetros por hora. Lo que nadie imaginó en un primer momento fue que junto al transporte de carbón y de otras mercancías se originaría el transporte de pasajeros, que pronto se convertiría en el mejor negocio de los trenes. En 1830 se inauguró la línea Liverpool-Manchester, siendo el primer ferrocarril en el sentido moderno de la palabra: era explotado por una compañía, transportaba mercaderías y personas a cambio de un cobro y los trenes, arrastrados por locomotoras de vapor, eran de su propiedad. Esta línea puso de manifiesto todos los principios básicos de la tecnología y organización del ferrocarril y demostró que este invento podía ser rentable: en 1833 el valor de las acciones de esta empresa se habían más que duplicado. Los trenes comenzaron a extenderse por toda Gran Bretaña, primero con cautela y luego con verdadera euforia (de menos de 800 km. en 1838 se pasa a más de 10.000 en 1850).
Los ferrocarriles fueron el factor determinante del desarrollo de la siderurgia y el carbón entre 1830 y 1850 con su capacidad ilimitada de consumir esos dos productos entre esos años. Además, movilizaron gran cantidad de mano de obra y de capitales y dieron origen a nuevas formas financieras, ya que el dinero necesario para instalarlos excedía por mucho al que podía ofrecer un inversor individual. Una vez que su tendido se completa en Gran Bretaña, la tecnología, los capitales y los ingenieros ingleses fueron quienes los instalaron en el resto del mundo asegurándole a su país enormes beneficios.

 El éxito de la Revolución Industrial estuvo asegurado con el desarrollo de la producción de hierro. La siderurgia es una de las llamadas «industrias motoras» porque pone en marcha al conjunto de la vida económica, es decir, porque produce artículos listos para ser adquiridos por la población (herramientas para el campo, utensilios de cocina) y otros que intervienen en la fabricación de los bienes de otras industrias (partes y componentes de locomotoras y vagones, por ejemplo).  Además, su funcionamiento requería grandes cantidades de capital y de mano de obra en comparación con las relativamente pequeñas fábricas de tela de algodón.

Hacia fines del siglo XVIII la industria textil algodonera comenzó la Revolución Industrial y fue el modelo de una industria desarrollada bajo las nuevas reglas de juego. Pero el corazón de los cambios estuvo en la siderurgia. En ella se dio la alianza de los tres elementos clave del proceso en sus inicios: hierro, carbón y vapor. El tendido de los ferrocarriles en 1830 aseguró su triunfo.

La revolución del transporte
En la época preindustrial, las mercancías más voluminosas se transportaban, por mar, en grandes barcos de vela y, por tierra, en carros, pero eran medios de transporte lentos y que tenían poca capacidad de carga. En el siglo XIX aparecieron el barco de vapor y el ferrocarril, que permitieron aumentar la velocidad, la seguridad y la capacidad de carga.
                           
El barco de vapor
En 1807, el estadounidense Fulton abrió la primera línea comercial marítima rentable con barcos propulsados por motor de vapor, que tardaban un tercio del tiempo empleado por un barco de vela. Entre 1830 y 1860, los barcos de vapor incorporaron cascos de hierro y comenzaron a usar hélices para la propulsión. De esta forma, la navegación a vapor se hizo muy segura y rápida, y desbancó a la navegación a vela.

Hacia 1870 el primer barco con cámaras frigoríficas permitió transportar productos perecederos a grandes distancias. Otros avances, como la construcción del canal de Suez entre el mar Mediterráneo y el mar Rojo en 1869, acortaron las distancias por mar. Así, la travesía entre Londres y Bombay, en India, se acortó un 40 %.

El ferrocarril
La gran revolución de los transportes fue el ferrocarril. Este resultó de la conjunción de dos de los principales avances de la revolución industrial: la máquina de vapor, para la propulsión de la locomotora, y el hierro, para la construcción del tren y de los raíles sobre los que circulaba.

En 1814, el inglés George Stephenson construyó la primera locomotora de vapor, utilizada para transportar cargas entre las minas de carbón. Pocos años después, en 1825, se inauguró la primera línea de ferrocarril de carga, entre las localidades mineras inglesas de Stockton y Darlington. En 1830 fue inaugurada la primera vía férrea para el transporte de pasajeros, entre Liverpool y Manchester.

Los avances técnicos hicieron del ferrocarril un medio de transporte cada vez más rápido, seguro y barato. Por este motivo, pronto se multiplicaron las líneas férreas por todo el mundo e incluso se diseñaron líneas intercontinentales.

Fuente: kalipedia.com


Tema 4. Las revoluciones de la revolución D
La producción fabril por medio de maquinarias fue una de las mayores transformaciones del mundo contemporáneo. Pero esta revolución tuvo cambios posteriores que profundizaron y modificaron la producción de mercancías. En este documento, se presenta un resumen de las formas de producción y trabajo a partir de la Revolución Industrial.
Taylorismo
Su nombre se debe al ingeniero F.W. Taylor.
Se impone en Estados Unidos a principios del siglo XX.
Se lo denominó «organización científica del trabajo» ya que se basó en el análisis de los tiempos y los gestos necesarios del trabajo artesanal.
Establece un modo de realizar los movimientos y se forma a los trabajadores para que los ejecuten de un modo eficaz y rápido.
Cada operario tiene pocas tareas, repetitivas y muy especializadas.

F.W. Taylor, fundador de la llamada «gestión científica», fue un teórico que comenzó a desarrollar sus ideas para aplicarlas en la industria del acero en 1880. Sus postulados se conocieron también en Europa en la década de 1890

Fordismo
Su nombre se debe a Henry Ford, dueño de la fábrica de automóviles que impone este modelo de trabajo hacia 1920.
Introduce la cadena de montaje en la fábrica.
La cadena de montaje hace que el operario trabaje según la velocidad y el ritmo de la cinta de la línea.
Las mercancías se producen masivamente y en menor tiempo abaratando los costos.
El trabajo es rutinario y no cualificado. El operario puede ser reemplazado por otro sin problemas.

Henry Ford fue un industrial estadounidense, fundador de la Compañía Ford Motor Company y padre de las cadenas de producción modernas utilizadas para la producción en masa.  El Ford T había sido especialmente diseñado para su montaje en serie: no tenía puertas ni ventanas a los lados, ni velocímetro, ni limpiaparabrisas y tampoco se podía elegir el color (todos fueron negros durante los primeros doce años). Había sido pensado para granjeros y habitantes de pequeñas ciudades donde las carreteras eran malas. La misma simplicidad del coche permitía que su dueño pudiera arreglarlo ante cualquier emergencia que surgiera en el camino.  La espectacular reducción del tiempo necesario para fabricar los vehículos permitió que a los obreros se les aumentara a la vez los salarios y el tiempo libre. En 1914, cuando el salario que se pagaba por día en la industria era de 2,40 dólares, Ford pagaba 5 dólares en su fábrica (volvió a aumentar a 7 en 1929) y redujo la jornada laboral de nueve a ocho horas. En 1926, cuando la jornada laboral en todas las empresas era de seis días, Ford decidió reducirla a cinco. Obreros con más tiempo y más dinero podían, también, comprar autos baratos. 

Posfordismo o toyotismo
Este modelo se caracteriza por la creciente incorporación de tecnología al proceso productivo.
La producción ya no es masiva. Se orienta a una demanda fluctuante, restringida y variada.
Sus pilares son la producción «justo a tiempo» y el control de calidad permanente.
La producción «justo a tiempo» implica que la empresa sólo produce lo que le demanda el mercado, en la cantidad requerida y en el momento preciso.
El control de calidad se realiza durante la misma producción y no al final.
El trabajo se organiza en equipos de operarios que utilizan diversas máquinas y ejecutan distintas tareas.

El modelo post-fordista o toyotista incorpora importantes innovaciones tecnológicas. Con este modo de producción no sólo se fabrican autos. La propia empresa Toyota también produce robots multitarea


Tema 5. Los orígenes de la burguesía
La burguesía tuvo sus orígenes más remotos a finales de la Edad Media cuando mediante la artesanía y el comercio muchos antiguos colonos, y hasta algunos siervos, lograron independizarse de sus señores. Para ello contaron con la protección de los reyes. Si bien los burgueses necesitaban independencia para desarrollar los negocios, los reyes querían aumentar su poder político que durante siglos les habían recortado los mismos señores feudales que obstaculizaban el crecimiento de la burguesía. Esta alianza se explica porque para ambos –reyes y burgueses- los señores feudales eran, aunque por diferentes razones, sus enemigos.  Los burgueses comenzaron a acumular riquezas de un nuevo tipo: si un señor feudal era poderoso por la cantidad de tierras que dominaba, los burgueses se hicieron ricos por la cantidad de monedas de oro y plata que poseían. Con estos capitales instalaron talleres más grandes y con el aumento de la producción organizaron un tráfico internacional que resultó muy provechoso para aumentar sus riquezas. También comenzaron a cambiar monedas y a prestar dinero, apareciendo entonces las primeras casas bancarias. Los bancos de los Bardi, los Peruzzi y los Acciajuoli fueron fundamentales para el desarrollo del comercio entre los siglos XII y XIV.  Los que se beneficiaron con las novedades económicas constituyeron la primitiva burguesía y su centro de acción se focalizó en las ciudades. Pero el auge de los negocios de la burguesía en las ciudades no tuvo como consecuencia que se originara una sociedad más igualitaria. Los burgueses ricos formaron una nueva aristocracia que dominó a los pobres que trabajaban para ellos.

A medida que el poder económico de la burguesía aumentaba, también comenzaron a pretender alguna participación en el poder político. Este objetivo se vio facilitado porque a comienzos de la Edad Moderna sus antiguos aliados, los reyes, tuvieron una creciente necesidad de dinero para llevar adelante empresas cada vez más costosas teniendo que recurrir a los préstamos de la gran burguesía. Fue entonces cuando la opinión de los banqueros de los reyes –como Jacques Coeur, los Fugger y los Welser- comenzó a influir en los grandes monarcas de la época como Carlos V, Francisco I y Enrique VIII. En el ascenso de la burguesía, el descubrimiento de América, con la llegada a Europa de oro y plata, dio un impulso inimaginable al comercio. Esto significó también que el siglo XVI fuera el gran siglo de España como potencia internacional y el comienzo de la integración del mundo con la puesta en contacto de los metales preciosos y los productos de Europa, el Nuevo Mundo y los países de Oriente.  En el siglo XVI se produjo también la reforma protestante y con ella la ruptura de la unidad religiosa de Europa occidental. Una de estas nuevas formas de de entender las Sagradas Escrituras, el calvinismo, fue considerada por el sociólogo alemán Max Weber como un elemento de gran importancia en la formación de un espíritu capitalista. Juan Calvino impulsó en la ciudad de Ginebra una interpretación del cristianismo en la cual trabajar duramente no era sólo un medio para obtener dinero, sino un valor ético en sí mismo.

En consecuencia, los hombres debían trabajar porque esa actividad le daba verdadero sentido religioso a su existencia. El calvinismo profesaba la idea teológica de la predestinación divina, de acuerdo con la cual Dios conocía quién se iba a salvar y quién no. Este juicio era irrevocable y por lo tanto las acciones que los hombres emprendieran en su vida terrenal no podían cambiar en nada ese designio.  Lo único que le cabe al creyente es tener fe y tratar de buscar algún signo de hallarse entre los elegidos. Para Calvino, una señal inequívoca de haber sido elegido por el Creador para la salvación era tener éxito en el trabajo y en los negocios.  La tesis de Weber sostiene que el éxito del protestantismo en la burguesía se debió, en buena parte, a que daba una respuesta religiosa que se acomodaba perfectamente a las necesidades de esa clase social.  En Inglaterra se produjo (siglo XVII) el primer triunfo completo de la burguesía. En la primera mitad de la centuria, el Parlamento entró en conflicto con el rey porque éste pretendió cobrar impuestos sin aprobación parlamentaria e intentó realizar detenciones arbitrarias de opositores, contrariando los derechos consagrados a mediados del siglo XIII en la Carta Magna. El enfrentamiento creció hasta que en 1642 estalló la guerra civil entre las tropas leales al rey y los seguidores del Parlamento, comandados por Oliver Cromwell, un protestante puritano que se enfrentó a la Corona sosteniendo principios burgueses. La guerra terminó en 1648 con la derrota del rey que fue ejecutado. En reemplazo de la monarquía se instaló una república encabezada por Cromwell que pronto se transformó en una dictadura. Dos años después de la muerte de Cromwell se restauró (1660) la monarquía. Pero esto fue sólo el prolegómeno de una nueva etapa del enfrentamiento entre el Parlamento y la Corona. Cuando ésta intentó fortalecer su poder, una nueva rebelión de sectores parlamentarios terminó con el reinado de Jacobo II en 1688. Este levantamiento, que los rebeldes llamaron Revolución Gloriosa, estableció definitivamente la supremacía del Parlamento –donde estaba representada la burguesía- sobre la Corona.   En 1689 la Declaración de derechos (Bill of Rights) consagró la necesaria aprobación de los impuestos por el Parlamento, la libertad de imprenta y la inamovilidad de los jueces. En otras palabras, la burguesía había logrado el control del poder.

El triunfo de la burguesía
Durante el siglo XVIII la burguesía definió claramente sus intereses y las ideas apropiadas para asegurarlos. Era necesario modificar la situación histórica mediante hechos e instalar un pensamiento capaz de reemplazar las antiguas creencias por otras que reflejaran la nueva situación. Estas ideas fueron las que conformaron el liberalismo. Desde el punto de vista político, el liberalismo supone un sistema donde el Estado resguarde el bien público y la vida e intereses de los ciudadanos, respetando a las minorías y manteniendo las libertades civiles. Para conseguir esos objetivos se propone un gobierno representativo, elegido por votación, basado en el principio de división y equilibrio de poderes y adecuado a la Constitución y a las leyes. Los hechos históricos más significativos que marcaron el triunfo del liberalismo fueron dos Revoluciones: la Norteamericana (1776) y la Francesa (1789).
Las dos alentaron principios similares, pero la Revolución Francesa fue la que proporcionó a todo el mundo un nuevo modelo de estado: el estado nacional burgués.

Los principios de la Revolución Francesa se resumen en un lema derivado de la filosofía iluminista: «Libertad, igualdad, fraternidad».  ¿Qué entendían por libertad? En primer lugar, la libertad personal del ciudadano, y después la libertad de opinión con su lógica prolongación: la libertad de expresión. A esta libertad de las personas se la llamaba civil para distinguirla de la política. En el terreno de la libertad política se dieron las más grandes conquistas: principio de elección de todos los cargos, soberanía del pueblo, necesidad de un régimen representativo fundado en la división de poderes…  La igualdad ante la ley tendió a borrar la desigual ordenación jerárquica de la sociedad del Antiguo Régimen. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano la definió así: «Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», proclamando la igualdad civil en todas sus formas. De esta manera, grupos religiosos que tenían limitados sus derechos, como los protestantes y los judíos, se convirtieron en ciudadanos plenos. Esta igualdad tuvo, sin embargo, sus limitaciones: breve lapso de tiempo para los negros y el derecho a voto; no fue universal.  La fraternidad supuso el derecho a la vida y la asistencia a los más desprotegidos.  Las ideas que promovió la burguesía en esta época tienen otros dos principios que resultaron claves para su forma de ver el mundo: la libertad de empresa y la propiedad privada.
Durante la Revolución Francesa, las libertades económicas -de producción, de comercio y de trabajo- también fueron consagradas aunque con más resistencias.

El liberalismo económico, por su parte, fue creación de un profesor escocés, Adam Smith, y se desarrolló en Inglaterra. Para esta teoría, la fuente de la riqueza era el trabajo del hombre realizado en libertad (liberalismo). Se suponía que el hombre tendía naturalmente a trabajar y que el propósito de su trabajo era obtener riquezas. Como esto era parte de la naturaleza humana, nadie mejor que cada individuo sabía qué era lo mejor para su beneficio. El Estado no debía interferir en el desarrollo de la actividad económica, sino limitarse a defender las fronteras exteriores de posibles agresiones de otros países y suministrar a las personas seguridad en el interior de su territorio. La prosperidad de una Nación era para los liberales el resultado de una adición simple: si los hombres se  hacen ricos, la suma de las riquezas individuales daba por resultado la riqueza del país. Finalmente, la propiedad privada sin límites es un concepto nuevo que sostiene la burguesía frente a la propiedad comunal o jurisdiccional del feudalismo. En agosto de 1789 la Asamblea decretó en Francia la eliminación de los privilegios de la nobleza y de los impuestos feudales, estableciendo de esa manera las bases de un nuevo derecho civil burgués basado en la igualdad y en la libre iniciativa. Días después, aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, una proclamación solemne que establecía que todos los hombres del mundo, en mérito a su condición humana, tenían ciertos derechos que debían ser respetados: la libertad, la igualdad, la seguridad y la propiedad. Que el derecho a la propiedad sea considerado tan importante como para ser equiparado a la libertad, la igualdad y la seguridad es una muestra inequívoca del carácter burgués de la Revolución.

Estas cuestiones han llevado a contraponer una visión optimista del liberalismo como un movimiento que trasciende los intereses políticos para convertirse en un patrimonio de la civilización en su defensa de la libertad, contra otra pesimista, para la cual el liberalismo sería una ideología que sólo pretende justificar cierto estado de cosas, en especial la propiedad privada y la economía de mercado.

La burguesía se vuelve conservadora
En todo este recorrido hemos visto cómo una nueva clase social actuó para cambiar al mundo erosionando el poder feudal, aliándose a los reyes para conseguir poder político y luego destronándoles y ajusticiándoles cuando fue necesario para transformarse en la clase gobernante. ¿Hasta cuándo promovió los cambios la burguesía? Después de la derrota definitiva de Napoleón en 1815, toda Europa vivió un intento de regresar al mundo previo a la Revolución Francesa, donde predominaba la antigua aristocracia. La burguesía persistió en sus propósitos de cambio, adecuándose a este clima de reacción política.  Los primeros intentos revolucionarios se produjeron en 1820-1821, pero la más importante fue la Revolución de 1830 que instaló como monarca en Francia a Luis Felipe de Orleáns, quien fue llamado «el rey burgués». En todas estas revueltas, la burguesía contaba -como había ocurrido en la Revolución Francesa con la alianza eficaz, aunque insegura, de los sectores populares. Los principios que defendían los revolucionarios podían ser comunes a los dos grupos, como el reclamo de libertad. En otros casos, la interpretación de las consignas podía traer problemas, como cuando se hablaba de igualdad. Ya desde la Revolución Francesa la burguesía hablaba de «igualdad ante la ley», mientras que algunos sectores de los trabajadores pobres lo entendían como «igualdad en la posesión de riquezas».

En 1848 una nueva oleada revolucionaria con reclamos sociales, protagonizada por los sectores populares, atemorizó a la burguesía. Entonces los burgueses giraron a la derecha y cambiaron de aliados. La aristocracia, también preocupada por las sublevaciones de los pobres, aceptó formar un bando con los burgueses ante el creciente peligro de una revolución.  Como dice el historiador inglés Eric Hobsbawm: En 1848-49 los liberales moderados hicieron dos importantes descubrimientos en la Europa occidental: que la revolución era peligrosa y que algunas de sus demandas (especialmente en lo económico) podían satisfacerse sin ella. La burguesía dejaba de ser una fuerza revolucionaria.


Tema 6. El proletariado
En las regiones industrializadas la agricultura aumentó su productividad por el empleo de nuevas técnicas de cultivo y nuevas herramientas. En consecuencia, para aumentar la cantidad de bienes agrícolas y ganaderos el campo incorporaba más tecnología, pero necesitaba menos brazos para el trabajo rural. En la industria ocurrió algo similar. Los artesanos no podían competir con la producción, más rápida y más barata, de las máquinas. Además, las grandes industrias fueron reemplazando a los talleres y a las industrias pequeñas.

Todo esto se reflejó en cambios en la sociedad. Así, los propietarios de las fábricas y los obreros, que trabajaban al pie de las máquinas y que no eran dueños más que de su trabajo, se transformaron en las clases sociales más importantes del mundo moderno. Karl Marx (1818-1883) caracterizó a esas clases con una denominación que tuvo mucho éxito: a los ricos empresarios los llamó burgueses, un término con el que en la Edad Media se llamaba a quienes se dedicaban al comercio, a la producción artesanal y que habitaban en los «burgos», es decir, en las ciudades. A los trabajadores pobres los definió como proletarios, una expresión que en la antigua Roma se utilizaba para designar a aquellos que eran tan pobres que el único bien que poseían era su «prole», es decir, sus propios hijos.

El éxito de la burguesía tenía como contrapartida inevitable la creación y el desarrollo del proletariado. Como ya hemos visto, con la expansión del comercio la burguesía se había transformado en las ciudades medievales en una nueva aristocracia y había reducido a una situación de inferioridad a los pobres que trabajaban para ella. Más tarde, la expansión del siglo XVI produjo la necesidad de obtener mano de obra para explotar las riquezas de América, África y Asia, para lo cual se apeló al trabajo de grupos humanos a los que consideraban inferiores, como los aborígenes americanos o los esclavos africanos. En Europa el incremento de las actividades comerciales y artesanales también requería una mayor cantidad de trabajadores, pero era imposible acudir a la esclavitud o al trabajo obligatorio. Se buscó a individuos dispuestos a cumplir con sus tareas a cambio de un salario.

Para este fin resultó muy conveniente la existencia de pequeños propietarios rurales y de modestos artesanos independientes que podían transformarse fácilmente en asalariados si perdían sus humildes propiedades.  El proceso de liquidación de estos sectores sociales comenzó en Inglaterra durante el siglo XVI cuando empezó a fomentarse la formación de grandes propiedades rurales que eran, a la vez, las que obtenían mayores ganancias. Fueron fundamentales las leyes de cercamientos que promovieron el levantamiento de cercos delimitando los campos, lo que servía también para apropiarse de las tierras vecinas y concentrarlas bajo el régimen de propiedad privada, en favor de los terratenientes y debilitando a los pequeños productores. Por otra parte, con los cercamientos se eliminaban los territorios comunales que quedaban de la organización feudal de la tierra y donde los sectores desposeídos podían apacentar su ganado o recoger frutos. Este proceso continuó en el siglo XVII y se aceleró en el XVIII.

En lo que se refiere a la artesanía, el régimen artesanal suponía la entrada al gremio como aprendiz para que, una vez que se poseían conocimientos suficientes, el aprendiz pasase a desempeñarse como oficial. Cuando dominaba completamente los conocimientos técnicos de su trabajo, el oficial rendía una prueba ante los maestros presentando una «obra maestra» que, si era considerada satisfactoria por el jurado, le permitía acceder al grado de maestro. Este régimen, que era relativamente democrático, se cerró a partir del siglo XVI cuando los gremios aumentaron las barreras para que los aprendices pudieran transformarse en maestros. Esas dificultades para alcanzar un oficio que les permitiera desarrollar una tarea independiente, y la falta de posibilidades para lograrlo, creó también un público apto para ser reclutado como trabajador asalariado. Finalmente, las medidas gubernamentales también promovieron la ampliación de este tipo de mano de obra, como cuando desde el siglo XVI los reyes de la dinastía Tudor establecieron leyes que declaraban a los desempleados delincuentes. Este delito se podía castigar con duras penas físicas -como el cepo por tres días y noches y el doble si se trataba de un reincidente- imponiendo así la obligación de trabajar por la fuerza.

De todas maneras, hasta el siglo XVIII el sector de la sociedad que podía decirse que era similar al proletariado era pequeño. A principios de esta centuria existe una descripción de los pobres de Inglaterra, que los historiadores actuales consideran bastante exacta: pequeños tenderos y artesanos, pequeños propietarios de tierras, jornaleros agrícolas y trabajadores urbanos no cualificados que tenían un empleo más o menos regular. Por debajo de ellos estaban lo que se calificaba como «miserables»: pordioseros, vagabundos, enfermos crónicos, etc.  Pero este panorama cambió muy rápidamente en el transcurso del siglo, especialmente con la emigración a las ciudades de muchos campesinos que habían perdido sus antiguos trabajos y no tenían en el campo la posibilidad de encontrar otros.


Tema 7. Los resultados humanos de la industrialización británica
Con la «revolución agrícola» se solucionó en un período relativamente corto la barrera que la falta de una producción suficiente de alimentos interponía para que la población europea pudiera aumentar. A lo largo de más de mil años, cuando la población aumentaba los alimentos no podían incrementarse en la misma medida y, en consecuencia, la mala alimentación comenzaba a debilitar a los habitantes y alguna de las catástrofes consideradas «naturales» por entonces volvía su cantidad más o menos al mismo número que tenía antes de la expansión. Estas catástrofes eran la guerra, las pestes y el hambre, pero éste último era el problema más grave y también causa de la gravedad del segundo -una población subalimentada y débil era una víctima fácil en caso de peste-. A partir de 1750 la población de Europa comenzó a aumentar de una forma sostenida con un crecimiento de largo plazo que continuó hasta mediados del siglo XX.  Donde primero se sintieron estos cambios fue en Inglaterra; las innovaciones en la producción agrícola impactaron primero allí, mejorando las posibilidades de lograr una superior alimentación. En la primera mitad del siglo XVIII, aumentó el consumo de harina de trigo y -gracias al consumo de plantas forrajeras y al hecho de que se hicieran dos cosechas de heno al año- pudieron mantenerse más cabezas de ganado -la imposibilidad de alimentar a las reses llevaba a sacrificarlas cuando llegaba el invierno-. Se pudo consumir, entonces, más carne fresca -en lugar de carne salada o ahumada-, disminuyendo así los de enfermos de escorbuto. También aumentó la cantidad de leche que podía ser incorporada a la dieta. El cultivo de patatas en lugar de cereales alejaba el peligro en épocas de hambre porque permitía obtener alimentos para el doble o el triple de personas que si se cultivara grano.

La mejora de la dieta junto con algunos adelantos sanitarios fueron las causas más importantes del aumento de la población y este incremento fue especialmente notable en las ciudades.  Sin embargo, todas las mejoras en la dieta y en la sanidad tardaron en llegar a los centros urbanos y son posteriores a la primera etapa de la industrialización británica. En esos tiempos en que comienza a desarrollarse la producción en fábricas, las ciudades eran insalubres y los obreros vivían hacinados en sus casas en barrios miserables. La población urbana creció sobre todo por la llegada de campesinos que buscaban en ellas oportunidades de empleo donde aceptaban los trabajos más duros por salarios irrisorios. Hacia 1840–1850 los obreros eran una cuarta parte del total de la población de Inglaterra. En medio siglo una ciudad industrial como Leeds pasó de 50.000 a 400.000 habitantes. Este crecimiento se realizó sin ninguna preocupación por la higiene; los barrios obreros no tenían suficiente ventilación, ni luz, ni agua, ni alcantarillado. A menudo, se producían problemas de abastecimiento de alimentos, las personas vivían hacinadas en lugares inadecuados (como sótanos o altillos) y para transitar por los barrios había que abrirse paso a través de cloacas y montones de basura.  Los testimonios de las malas condiciones de vida de los trabajadores en las ciudades son muy abundantes. Uno muy expresivo es el que brinda Charles Dickens en su novela Tiempos difíciles. Así describe Dickens la vida en Coketown, la ciudad donde desarrolla la acción de su novela: Era una ciudad de ladrillo rojo, es decir, de ladrillo que habría sido rojo si el humo y la ceniza se lo hubiesen consentido; como no era así, la ciudad tenía un extraño color rojinegro, parecido al que usan los salvajes para embadurnarse la cara. Era una ciudad de máquinas y de altas chimeneas por las que salían interminables serpientes de humo que no acababan nunca de desenroscarse, a pesar de salir y salir sin interrupción. Pasaba por la ciudad un negro canal y un río de aguas teñidas de púrpura maloliente; tenía también grandes bloques de edificios llenos de ventanas y en cuyo interior se respiraba todo el día un continuo traqueteo y temblor y en el que el émbolo de la máquina de vapor subía y bajaba con monotonía, lo mismo que la cabeza de un elefante enloquecido de melancolía.

Los obreros, que sólo poseían el salario que se les pagaba por su trabajo en la fábrica, se veían obligados a trabajar y vivir en esas pésimas condiciones de salubridad.  En 1840 un viajero comentaba que la gente que habita en las callejuelas de Edimburgo y Glasgow o en los altillos de Liverpool, Manchester o Leeds vive en peores condiciones que en las cárceles.  Por otra parte, la vida en la fábrica era igualmente dramática: jornadas de 12 a 16 horas, que se cumplían de día o de noche y que eran normales para los hombres, las mujeres y los niños. El trabajo se regía estrictamente por el reloj y así el reloj de la fábrica desplazó en importancia al del ayuntamiento, de la misma forma que la sirena de la fábrica reemplazó en a las campanas de la iglesia. La sirena marcaba el ritmo de la vida de los obreros, ya que su sonido señalaba la hora de apertura y cierre de las puertas de la fábrica. Los trabajadores debían llegar a su hora y sólo podían salir cuando las puertas de la fábrica se reabrían. El horario debía respetarse estrictamente y quienes llegaban con un retraso eran penados con un descuento en el jornal; quienes llegaran con más demora no podrían incorporarse al trabajo hasta después del descanso siguiente y perderían su paga hasta entonces. Como consecuencia de la importancia del cumplimiento del horario, el uso del reloj despertador se generalizó desde la década de 1850. Esta tiranía del reloj es sólo un ejemplo de la estricta disciplina laboral que se imponía a los obreros.  La situación laboral comienza a mejorar a partir de 1850. Poco a poco la seguridad y la higiene en el trabajo progresaron, los salarios aumentaron, disminuyó el trabajo infantil y se redujo la jornada de trabajo, que pasó a 12 horas en 1870 y a 10 en 1880.  En los países de industrialización más tardía las consecuencias se sintieron más tarde, pero en todos los casos los problemas se presentaron de similar manera. En Francia, entre 1850 y 1880 se comienzan a hacer evidentes las señales de la entrada de la industrialización. Para los trabajadores franceses el problema del desempleo era una amenaza permanente pero, consideradas en general, las condiciones de vida tendieron a mejorar durante este período, aunque con grandes diferencias según las regiones. Entre 1850 y 1870 los salarios aumentaron moderadamente. Alemania comenzó su industrialización aún más tarde y esta demora le resultó ventajosa. Una masificación tardía de los efectos de la Revolución Industrial evitó una extensión de la miseria comparable a la de Inglaterra: en 1880 se reduce la jornada laboral a 10 horas. Asimismo, entre 1880 y 1890 se establece un sistema de seguros por enfermedad, invalidez y vejez.


Tema 8. El movimiento obrero: socialismo y anarquismo
El capitalismo transformó al trabajo en una mercancía más que sólo se compraba cuando era necesaria para fabricar más productos. Cuando la demanda de bienes disminuía, también lo hacía la producción y, por lo tanto, se contrataba menos mano de obra. Las nuevas condiciones de trabajo exponían a los obreros al desempleo.

Esto era un fenómeno novedoso ya que en la Edad Media los maestros artesanos tenían para quienes formaban parte de sus talleres ciertos deberes de protección. La primera reacción de los afectados por el desempleo y la inseguridad laboral fue ver en las máquinas al enemigo que les quitaba el trabajo y por eso su protesta en un primer momento estuvo dirigida a destruirlas. Los destructores de máquinas reconocieron como su líder a un personaje mítico al que llamaron Ned Lud y por esta razón fueron conocidos como «luditas». Su principal rebelión se produjo en 1811 en el centro de Inglaterra. Pero el desempleo no era el único problema de los trabajadores. Para mantener altos sus beneficios los empresarios debían bajar sus costes de producción, de los cuales el salario de los trabajadores era el más importante. La lucha por la mejora de los salarios se inició a principios del siglo XIX. En esta lucha, el movimiento obrero presentó dos posiciones diferentes: los sindicalistas, que pedían mejoras concretas en sus condiciones de vida sin cuestionar el orden capitalista, y los socialistas, que no se limitaban a pedir mejoras y desde posiciones políticas propias bregaban por un orden más justo de la sociedad.

De 1832 a 1842 y, más tarde, de 1847 a 1848 los reclamos obreros en Inglaterra estuvieron protagonizados por el cartismo, un gran movimiento político de masas, protagonizado por los trabajadores, que contaba también con el apoyo de una parte de la burguesía. Sin embargo, el programa cartista no estaba definido con precisión, lo que favoreció las discrepancias y enfrentamientos internos e hizo fracasar una multitudinaria concentración programada para 1848. Este movimiento se vinculaba a la tradición política inglesa de presentar petitorios al Parlamento para que ese organismo considerara los reclamos. El Cartismo era denominado así porque sus reivindicaciones estaban reunidas en un documento conocido como la Carta de los Derechos del Pueblo. Uno de estos reclamos era el de sufragio universal masculino, ya que para tener derecho al voto se debía demostrar que se era propietario de bienes por un monto mínimo, lo que dejaba afuera del ejercicio del sufragio a la clase trabajadora. Con este petitorio se reivindicaba la ampliación de las bases de la democracia política y un lugar en el Estado para la clase obrera, excluida hasta entonces del juego de la democracia liberal. Pero como ya dijimos, las diferencias internas no permitieron que el movimiento continuara y el cartismo se extinguió hacia 1850. Al fi nal de esa década, el reclamo de sufragio universal masculino continuó por un movimiento reformista más moderado que se apoyó en el desarrollo de los sindicatos. En 1867 el sufragio universal masculino fue concedido.

La organización de los sindicatos (trade unions) es una demostración de la heterogeneidad que presentaba la clase obrera inglesa. Las primeras trade unions fueron organizadas por obreros especializados -con mejores salarios y menos expuestos al desempleo-, quienes preferían reunirse por ramas de la industria –como la Unión de Asociaciones Mecánicas o la Unión Nacional de Mineros- y se resistían a agruparse en sindicatos más amplios ya que pensaban que esa ampliación los uniría a los obreros no especializados, lo que restaría eficacia a sus reclamos específicos.  Este tipo de organizaciones sindicales consiguió mejoras para sus miembros en salarios y condiciones de trabajo pese a las quejas de los empresarios y a las iniciativas de diversos gobiernos conservadores. Sin embargo, entre 1867 y 1875 los sindicatos fueron legalizados.

Paralelamente se fueron desarrollando cooperativas de consumo para los obreros que vendían mercaderías a los agremiados a precios más bajos. Pero también en este caso los favorecidos fueron los trabajadores califi cados, que ganaban mejores salarios y podían hacer sus compras al contado. Para muchos contemporáneos, estas cooperativas perdieron su propósito original y fueron la base de la creación en Inglaterra de una «aristocracia obrera» apartada de la masa del proletariado y que fue adquiriendo los hábitos del capitalismo y convirtiéndose en su defensora.  Como dice G.D.H. Cole: De este modo, en la década de 1850, la nación más avanzada del mundo desde el punto de vista industrial parecía haber vuelto decididamente la espalda al socialismo y la revolución y haberse propuesto sacar el mejor partido posible al capitalismo.  En países como Francia, Alemania, Estados Unidos e Italia la industrialización fue más tardía y los sindicatos eran débiles y estaban más desarrollados en la industria pequeña y mediana que en la de gran envergadura.

Ideas para cambiar la sociedad: socialistas y anarquistas
El sistema liberal puso al descubierto que el interés de la clase gobernante burguesa estaba centrado en el concepto de «libertad» y la protección de los derechos individuales, pero el desarrollo de la sociedad industrial hizo que surgiera una «conciencia antiburguesas» preocupada por la desigualdad económica. Este desequilibrio se había agravado con los cambios que introdujo el capitalismo, especialmente en lo relacionado con las condiciones de vida del proletariado industrial. Intelectuales y, excepcionalmente, algún trabajador plantearon proyectos que intentaron resolver este problema mediante la reorganización o la destrucción de la sociedad capitalista. Al conjunto de esas propuestas, realizadas entre 1790 y 1850, se las conoce con el nombre genérico de socialismo.

Estos proyectos no son uniformes y se dividen generalmente entre socialismo «utópico» y socialismo «científico». Esta clasificación fue realizada por el mismo Marx y no es para nada inocente; considerando «utópicos» a los primeros socialistas los reduce a ser un simple antecedente  de los «científicos».  El socialismo utópico engloba un conjunto de teorías dispares. Las tres grandes corrientes en las que se reagruparon -aunque existieron otras vinculadas a estas fueron las de los partidarios de Saint-Simon y de Fourier en Francia y, en Inglaterra, la de los seguidores de Robert Owen. Las tres tenían en común el reconocimiento de que el bienestar general era incompatible con cualquier orden social que se basara en la competencia y no en la cooperación. El orden político debía ser reemplazado por una organización colectiva en la que la dirección de los asuntos estuviera en manos de los «productores» y no de los políticos. En estas ideas de la primera mitad del siglo XIX, cuando la industrialización era todavía incipiente, el término «productores» incluía a empresarios y trabajadores, ya que para los socialistas utópicos los verdaderos enemigos eran los «ociosos», un término que englobaba a los políticos con otros sectores, como los rentistas que no producían ningún bien.

Otro rasgo en común de los «utópicos» era que su método para cambiar el mundo consistía en convencer mediante el ejemplo que era posible una sociedad mejor que la capitalista.  Se diferenciaban en que los «fourieristas» y «owenianos» confiaban en la creación de comunidades capaces de reemplazar progresivamente a la sociedad existente, mientras que los «saintsimonianos» creían en las virtudes de una organización y una planificación científica en gran escala. Ésta podía lograrse mediante la participación en el gobierno, la intervención en las grandes obras de ingeniería - canales, ferrocarriles, caminos- y la organización del sistema bancario y financiero que consideraban instrumentos esenciales para la planificación.

El socialismo científi co de Marx y Engels parte de la convicción de que nadie renuncia a sus privilegios si no es por la fuerza. El marxismo afirma que realiza la única interpretación del mundo, la sociedad y la historia que es capaz de transformar la realidad. Los puntos sustanciales de este sistema eran que el pasado de la humanidad no era más que la historia de la lucha de la clase de los que no poseían nada contra la clase de los propietarios; que el sistema de producir y distribuir la riqueza condicionaba el resto de las otras actividades de la sociedad; que, así como la burguesía acaba por derrotar a la nobleza y al sistema feudal, de la misma forma el proletariado acabaría por derrotar a la burguesía, tomaría el poder y la propiedad privada desaparecería. Esto ocurriría necesariamente, pero correspondía al proletariado bien dirigido acelerar el proceso y conquistar su libertad con una revolución social e internacional.

Estas ideas de Marx y Engels aparecieron en por primera vez en 1848 en el Manifiesto Comunista, pero en ese momento no tienen gran influencia en los sectores obreros, aunque sí la tendrán en todo el mundo en los años siguientes.  Pero quienes disputaron con el marxismo la adhesión de la clase obrera en la segunda mitad del siglo XIX no fueron los socialistas utópicos sino los anarquistas.

El anarquismo es una corriente filosófica que tiene orígenes antiguos pero que se expresó en ideas políticas y sociales en el siglo XIX. Los principales exponentes de estas ideas fueron Pierre Joseph Proudhon, Miguel Bakunin y Pedro Kropotkin.  Anarquía significa «sin poder», «sin autoridad» y, por extensión, «sin Estado». El anarquismo es un movimiento que se opuso a toda forma de autoridad coactiva y reivindicó la máxima libertad posible para el hombre. Por eso, también se les da a los anarquistas el nombre de libertarios.  El anarquismo consideraba que la sociedad era natural al hombre, que la producción sólo podía ser social y que, aun preservando para el individuo la máxima libertad posible, era necesario crear una mínima organización social que le asegurara la existencia material. Rechazaba al Estado y a todas las demás instituciones coactivas y creía firmemente en las virtudes de la asociación libre y de la cooperación. Esta aspiración se concretaría en una sociedad integrada por pequeñas comunidades a las que el hombre ingresaría por propio consentimiento y donde la propiedad y la dirección común de los medios de producción asegurarían a todos el sustento material y la máxima libertad espiritual.

Una de las formas en que el anarquismo se manifestó fue a través de la propaganda por los hechos, que consistía en realizar atentados políticos contra los principales personajes gubernamentales para «despertar» al pueblo y crear un clima revolucionario que permitiera terminar con la sociedad burguesa. Los defensores más conocidos de esta estrategia fueron los anarquistas rusos, pero acciones similares se desarrollaron también en Francia, España e Italia en las décadas de 1880 y 1890.

La Primera Internacional y la Comuna de París
En la década de 1860 surgió la idea en Inglaterra de que los obreros se organizaran internacionalmente en forma solidaria. La causa de esa iniciativa fue que la burguesía inglesa acostumbraba a contratar a trabajadores del continente europeo cuando se producían huelgas. La necesidad de contrarrestar esta política de los patrones fue la que impulsó la reunión que se realizó en Londres en 1864 donde asistieron representantes de los sindicatos de Inglaterra, Bélgica, Francia, España y exiliados de otros países. Entre ellos estaba Karl Marx que fue el encargado de redactar el preámbulo de los Estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores. A pesar de los modestos propósitos iniciales, la Internacional tomó como objetivo la acción solidaria de los trabajadores para extender la revolución contra el capitalismo a todo el mundo.

La mayor parte de los sindicatos obreros europeos se incorporaron a la asociación, mientras que todos los gobiernos la declararon ilegal. Sin embargo, el problema más grave para que la Internacional triunfara en definir un programa común fueron las discusiones internas. El punto sobre el que no lograron ponerse de acuerdo el marxismo y el anarquismo desde el primer Congreso -realizado en Ginebra en 1866- fue el procedimiento revolucionario que se debía seguir. Marx estimaba que el movimiento revolucionario debería organizarse en un partido político para la conquista del Estado y, desde él, debía proceder a la confiscación de los bienes de los capitalistas. Bakunin, por su parte, proponía una revolución inmediata contra todas las instituciones estatales sin exclusión. El enfrentamiento entre marxismo y anarquismo se hizo inevitable y las relaciones entre ambas corrientes ideológicas se hicieron cada vez más tensas.

En 1870 estalló una guerra entre Francia y Prusia que tuvo consecuencias sobre la Internacional y el movimiento obrero. Francia fue derrotada rápidamente en la guerra y, como consecuencia, el gobierno del emperador Napoleón III se derrumbó y se proclamó la Tercera República, a la vez que Prusia unificó bajo su tutela a los estados germanos y proclamó el Imperio Alemán. El nuevo gobierno francés era conservador y sus primeras medidas produjeron, el 18 de marzo de 1871, una revuelta popular en París de una violencia inusitada. Los rebeldes proclamaron la autonomía absoluta de la Comuna de París y el gobierno y el ejército debieron retirarse de la ciudad.

La Comuna fue considerada por el socialismo como el símbolo hasta entonces más notable de la lucha del proletariado por la creación de un mundo nuevo y más justo. Sin embargo, algunos autores actuales dudan de esta caracterización. El historiador Guy Palmade, por ejemplo, considera que la Comuna es una revuelta espontánea y sin objetivos claros, de carácter pequeño burgués más que realmente obrero. En mayo la insurrección fue aplastada a sangre y fuego. El ejército entró en París y, aunque no se sabe con exactitud el número de muertos, muchos autores consideran que fueron fusilados 20.000 rebeldes y unas 7.500 personas resultaron deportadas. El gobierno francés consideró a la Internacional como la organizadora de la insurrección y la declaró fuera de la ley. Finalmente, en 1876, la Primera Internacional se disolvió.  Aun cuando no fuera un movimiento puramente obrero, ni estuviera dirigido por socialistas, la Comuna supuso una ruptura ya que fue seguida de una durísima represión. En lo que restaba del siglo XIX, el socialismo ya no esperó la instauración rápida de una nueva sociedad y pensó, con paciencia, en un futuro más lejano.


Tema 9. Ideas para cambiar la sociedad
En esta actividad trabajarás las propuestas de Saint-Simon y Fourier, dos autores del llamado «socialismo utópico», y un fragmento del texto fundacional del «socialismo científico», el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. En todos estos escritos sus autores proponen la formación de una sociedad más justa que aquella en la que les ha tocado vivir, pero sus propuestas para lograr esa sociedad mejor son diferentes.
1. Lee atentamente los textos que se presentan a continuación. En algún caso vas a tener que deducir lo que el autor propone porque no lo dice directamente. Ten en cuenta que los tres autores fueron muy influyentes -en distintos momentos y de diferente forma-. Sin duda, los más conocidos son Marx y Engels, cuyas ideas fueron la base de Revoluciones como la Rusa, la China o la Cubana que terminaron con la instalación de regímenes comunistas. En el siglo XIX, Saint-Simon fue importante porque una buena cantidad de banqueros, ingenieros y personajes destacados de la época en Francia fueron sus seguidores y promovieron cambios en el sentido que este autor inspiraba. En el caso de Fourier, también en el siglo XIX, se instalaron los «falansterios» que él promovía en distintas partes del mundo y algunos tuvieron una larga vida.  Además, se atribuye a sus ideas la organización de las comunidades «hippies» que proliferaron especialmente en Estados Unidos en la década de 1960.

Texto 1. Charles Fourier
Se necesita para una Asociación [una falange fourierista] de 1.500 a 1.600 personas un terreno de una legua cuadrada. […] Que el país esté provisto de una buena corriente de agua, cortado por colinas y apropiado para cultivos variados, cercano a un bosque y poco alejado de una gran ciudad, aunque lo bastante para evitar importunos. Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia.  Se reunirán 1.500 o 1.600 personas de desiguales fortunas, edades, caracteres y conocimientos teóricos y prácticos, graduando la desigualdad; se cuidará de que exista la mayor variedad posible, pues cuanto mayor variedad exista en las pasiones y facultades de los asociados, más fácil será armonizarlos en poco tiempo. […]. [La falange] Deberá tener, al menos, las siete octavas partes de sus miembros entre agricultores y manufactureros; el otro octavo se compondrá de capitalistas, sabios y artistas.  Se deberá ante todo legislar sobre la valuación de los capitales entregados accionariamente: tierras, materiales, rebaños, instrumentos, etc. Este detalle es uno de los primeros de los que hay que ocuparse, creo, con objeto de su reembolso. […].  Llegamos al más importante problema de la Armonía [nombre del primer falansterio que deseaba fundar Fourier]: al del reparto equitativo y graduado en razón de tres facultades industriales: CAPITAL, TRABAJO, TALENTO. El orden civilizado no sabe repartir equitativamente sino sobre el capital que se ha aportado […]. El nudo gordiano del mecanismo socialista es el arte de remunerar a cada uno por su trabajo y su talento. […].  El espíritu de propiedad es el más fuerte aguijón que conocen los civilizados […].  Se debería, pues, como primer problema de Economía Política, estudiar el modo de transformar en propietarios, cointeresados o asociados a todos los jornaleros. […].  Así, por interés personal, la benevolencia es general entre los socialistas, por lo mismo que no son asalariados sino cointeresados […].  Se ha dicho ya que hay tres clases de dividendo: 5 doceavos al trabajo; 4 doceavos al capital; 3 doceavos al talento.
FOURIER, CH. Doctrina Social: el falansterio.

Texto 2. Karl Marx y Friedrich Engels
El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante  y procurando fomentar por todos los medios, y con la mayor rapidez posible, las energías productivas.  Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente. […].  Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas y, por tanto, su propia soberanía como tal clase. Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

MARX, K. y ENGELS, F. (1848). Manifiesto Comunista.

Texto 3. Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon
Pregunta.- ¿Qué es un industrial?
Respuesta.- Un industrial es un hombre que trabaja en producir o en poner en alcance de la mano de los diferentes miembros de la sociedad uno o varios medios materiales de satisfacer sus necesidades o sus gustos físicos; de esta forma, un cultivador que siembra trigo, que cría aves o animales domésticos es un industrial; un operador, un herrero, un cerrajero, un carpintero, son industriales; un fabricante de zapatos, de sombreros, de telas, de paños, de cachemiras, es igualmente un industrial; un negociante, un carretero, un marino empleado a bordo de los buques mercantes son industriales.
Todos los industriales reunidos trabajan para producir y poner al alcance de la mano de todos los miembros de la sociedad todos los medios materiales para satisfacer sus necesidades y sus gustos físicos, y forman tres grandes clases que se llaman los cultivadores, los fabricantes y los negociantes. […]

Pregunta-. ¿Qué rango deben ocupar los industriales en la sociedad?
Respuesta.- La clase industrial debe ocupar el primer rango por ser la más importante de todas, porque puede prescindir de todas las otras sin que éstas puedan prescindir de ella; porque subsiste por sus propias fuerzas, por sus trabajos personales. Las otras clases deben trabajar para ella, porque son la creación suya y porque les conserva su existencia. En una palabra realizándose todo por la industria, todo debe hacerse para la industria.

Pregunta-. ¿Qué rango ocupan los industriales en la sociedad?
Respuesta.- La clase industrial, debido a la actual organización social está ocupando la última de todas. El orden social concede todavía más consideraciones a los trabajos secundarios e incluso a la inactividad que a los trabajos importantes, los de utilidad directa. Los industriales saben, lo saben bien, que son los más capaces para dirigir como es debido los intereses pecuniarios de la nación, pero no llevan adelante esa idea por temor a perturbar momentáneamente la tranquilidad; esperan pacientemente a que la opinión se forme en cuanto a eso y el que una doctrina verdaderamente social les llame al timón de los negocios públicos. De cuanto acabamos de decir, sacamos la conclusión de que los medios de discusión, demostración y persuasión serán los únicos que los industriales emplearán o apoyarán para hacer salir la alta dirección de la riqueza pública de las manos de Claude-Henri de Rouvroy,  los nobles, militares, legistas, rentistas y funcionarios públicos, y al mismo tiempo, hacer que pase a las de los más importantes de entre los industriales. […]. Ahora bien, como la clase industrial dentro de la población parisina es más importante y numerosa que cualquiera de las otras clases, reunidas o separadas, los industriales parisinos pueden organizarse en partido político. Una vez que se hayan organizado los industriales parisinos, la organización de todos los franceses y a continuación de todos los europeos será cosa fácil, y de la organización de los industriales europeos en partido político resultará, necesariamente, el establecimiento del sistema industrial en Europa, y la anulación del sistema feudal.

DE ROUVROY, C.H. (1823-1824). El catecismo de los industriales.

1. Leídas las fuentes, completa el siguiente cuadro comparativo:


Tema 10. La Revolución Industrial y las condiciones de vida de los trabajadores
La Revolución Industrial produjo profundos cambios en la vida de las personas. Por eso, y durante mucho tiempo, los historiadores han discutido si estos cambios fueron positivos o negativos, es decir, si la Revolución Industrial benefició o perjudicó a la sociedad británica en general y a los trabajadores en particular.

El siguiente documento presenta diversas interpretaciones de historiadores británicos que estudiaron este tema.

El debate en torno a las condiciones de vida de los trabajadores a partir de la Revolución Industrial se concentró en torno a dos cuestiones. Por un lado, si el salario y el consumo de la clase trabajadora había aumentado o disminuido en relación a sus posibilidades de vida anteriores a la Revolución. Por otro, sobre cuál había sido la importancia y el impacto del desempleo en la sociedad industrial. Alrededor de estas cuestiones, sobre todo de naturaleza cuantitativa, se formaron dos grandes opiniones: la «optimista» y la «pesimista».

Entre los «optimistas» se encontraba el historiador R. Hartwell. Según su investigación, las estadísticas demostraban que los salarios y el consumo de los sectores bajos de la sociedad habían mejorado a partir de la Revolución Industrial, especialmente entre 1800 y 1850.

Por su parte, el historiador E. Hobsbawn, criticando el análisis estadístico de Hartwell, afi rmaba que probablemente las condiciones habían mejorado algo después del comienzo de la Revolución Industrial, pero que luego cesaron de mejorar e incluso empeoraron. Esta posición, entonces, era pesimista.

El debate, polarizado entre «pesimistas y optimistas» y centrado en cuestiones cuantitativas (estadísticas de salarios, mediciones de consumo, etc.) se vio enriquecido con la perspectiva de otro historiador: E.P. Thompson. Este autor, cambió el eje de la discusión al introducir criterios más cualitativos en su análisis.
En su libro La formación de la clase obrera en Inglaterra, Thompson se inclinaba por los optimistas puesto que, en relación con las condiciones puramente materiales, los niveles habían mejorado. Sin embargo, el autor afi rmaba que esto era sólo un aspecto de la vida de los trabajadores, ya que un modo de vida puede también ser medido en términos de salud, hogar, vida familiar, ocio y distracciones, disciplina en el trabajo, intensidad en el desempeño de la labor, educación y deportes o actividades de esparcimiento.
Teniendo en cuenta estos factores cualitativos, concluye que durante el mismo período (1790-1840) hubo una mayor explotación, más inseguridad y una creciente miseria humana.

En 1840 la mayoría de la gente era más ‘acomodada’ que sus predecesores quince años antes, pero sufrían esta pequeña mejora como una experiencia catastrófi ca. Thompson no sólo discernía el problema general de reconstrucción de la experiencia de un conjunto de personas «corrientes» sino que, además, comprendía la necesidad de tratar de entender a esta gente en el pasado.
Texto realizado con base en:
HARTWELL, R.M. (1961). El aumento del nivel de vida en Inglaterra, 1800-1850.
En Arthur J. Taylor (comp.), El nivel de vida en Gran Bretaña durante la
Revolución Industrial. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
HOBSBAWM, E.J. (1985). El nivel de vida británico, 1790-1850.
En Arthur J. Taylor (op. cit.).
THOMPSON, E.P. (1963). La formación histórica de la clase obrera inglesa: niveles
y experiencias. En Arthur J. Taylor (op. cit.).



Tema 11. La Revolución Industrial y el trabajo femenino
Habitualmente en los estudios sobre la Revolución Industrial se hace alusión a la integración femenina en el mercado laboral y se señala esta presencia como algo novedoso, paralelo al proceso industrializador y, en parte, fruto de él. No obstante, las mujeres han trabajado siempre: su trabajo había sido decisivo para la economía preindustrial y la Revolución Industrial tan sólo transformó esta experiencia. Evidentemente el industrialismo modificó los escenarios de trabajo y trasladó parte de los procesos productivos que tenían lugar en la casa a talleres y fábricas. También es obvio que este fenómeno influyó decisivamente en el trabajo de las mujeres y que en adelante sería más difícil compaginar trabajo remunerado y trabajo doméstico, las dos bases de la realidad laboral femenina. El trabajo femenino contribuyó de manera decisiva a la consolidación del capitalismo industrial. Los bajos salarios de la mano de obra femenina permitieron ahorrar costes a los dueños de las fábricas y, además, el sistema pudo beneficiarse de la aportación de prestaciones que, como el trabajo doméstico, no eran remuneradas.

De hecho, el trabajo de las mujeres contribuyó a las estrategias de supervivencia familiar obrera. Los salarios obreros, muy insuficientes, no hubieran alcanzado los mínimos necesarios para vivir sin los ingresos económicos de las mujeres.  Las diferencias de género también influyeron decisivamente en las retribuciones salariales percibidas por las mujeres trabajadoras. El capitalismo decía establecer el precio del trabajo en función de la cualificación y capacidad física del trabajador y retribuir, por lo tanto, desigualmente a hombres y mujeres. En Francia el salario medio era de un franco para las mujeres, mientras que los hombres recibían dos o tres francos. Hacia 1830, en la industria textil británica, las mujeres también percibían menos de la mitad del salario de los hombres.  Las mujeres experimentaron siempre una discriminación salarial que, a menudo, se consolidó gracias a la segregación ocupacional: las mujeres siempre realizaron las actividades mecánicas menos cualificadas y peor consideradas no sólo desde la perspectiva patronal, sino también de los propios artesanos.
NASH, M. y TAVERA, S. (1994). Experiencias desiguales: conflictos sociales y respuestas colectivas (siglo XIX). Adaptación. Madrid: Síntesis.
Explica con tus palabras los conceptos «discriminación salarial» y «segregación ocupacional» que aparecen en el texto. Señala, además, qué relación se establece entre ambos.  El texto afirma que «las mujeres experimentaron siempre una discriminación salarial». ¿Crees que esta situación se ha modificado o continúa igual en la actualidad?

¿Hacia la igualdad de sexos?
Entre todos los desequilibrios que se dan en materia de desarrollo, el existente entre los sexos es uno de los más específicos y afecta sin excepción a todos los países, incluso a los más adelantados y orgullosos de sus logros en la lucha contra las disparidades. En contra de lo que se suele pensar, los progresos hacia la igualdad de los sexos no siempre dependen de la riqueza de un país y ni siquiera del nivel de lo que se denomina «desarrollo humano». Lo primordial en este ámbito es la manera de concebir el desarrollo, la voluntad política, la evolución cultural y el empeño que ponga toda la sociedad.

En los últimos decenios se han registrado progresos sustanciales a escala mundial.  Los avances más notables se han producido en el campo de la educación y la salud. Asimismo, aunque con lentitud, se están entreabriendo las puertas del poder político a las mujeres en algunos países.  Pero a pesar de los avances de los treinta últimos años en la educación, la salud y la participación distan mucho de haber eliminado todos los obstáculos. Por lo que respecta a la educación, cerca de dos tercios de los 880 millones de analfabetos del mundo son mujeres. De cada tres mujeres adultas hay una que todavía no sabe leer ni escribir, y la mayoría de éstas vive en zonas rurales. A pesar de sus necesidades específicas en materia de salud y de nutrición, la mujer recibe menos atenciones sanitarias que el hombre, en particular en el Tercer Mundo. Además, la reciente evolución positiva en el ámbito político y laboral no ha hecho desaparecer las barreras «invisibles», pero reales, con que siguen tropezando las mujeres para ascender en la sociedad.

La pobreza se ceba ante todo y sobre todo en la mujer. El 70% de las personas sumidas en la pobreza absoluta son mujeres y el número de mujeres pobres en las zonas rurales casi se ha multiplicado por dos en veinte años. La inmensa mayoría siguen encerradas en lo que algunos economistas han denominado el «gueto rosa»: servidumbre, agricultura de subsistencia y empleos burocráticos mal remunerados.
Además, en todas las regiones del mundo el desempleo y el subempleo les afecta prioritariamente. La mujer no siempre disfruta del mismo trato que el hombre en materia de salario, derecho de propiedad y herencia, ni de derechos relacionados con el matrimonio o el divorcio.  La insuficiencia de los derechos de las mujeres se refleja en la persecución y opresión moral y física de que son víctimas. Así, en los conflictos armados se sigue empleando la violencia contra la mujer y la violación como armas de terror e intimidación. Por otra parte, la violencia en el hogar y los malos tratos sexuales contra menores, la prostitución, las mutilaciones sexuales, la explotación de las adolescentes de países pobres por el «turismo sexual», el aborto selectivo y el infanticidio de las niñas son todavía fenómenos excesivamente corrientes.  Fuente: Correo de la UNESCO, mayo de 2002. Adaptación.

Comenta brevemente el diagnóstico presentado en el texto anterior. Señala los principales problemas que afrontan las mujeres en relación con la educación, la salud, el trabajo y sus derechos en general.   Que son los ODM y cuál de ellos habla sobre la igualdad de género?

Tema 12. La 2ª fase de la Revolución Industrial: Pasado, presente y futuro
Hacia 1850 la economía capitalista comenzó a cambiar significativamente. Por un lado, el capitalismo entró en una nueva era tecnológica basada en nuevas fuentes de energía (la electricidad, el petróleo, las turbinas y el motor a explosión -que permitiría mover camiones y automóviles-), nuevas maquinarias (agrícola, barcos, ferrocarriles) realizadas con nuevos materiales (acero, aleaciones, metales no férricos) y nuevas industrias con bases científicas como la química orgánica.  Por otra parte, el capitalismo entró en una economía de mercado dirigida al consumo doméstico. Esto se debió al aumento de ingresos de las masas y al crecimiento de la población. Un ejemplo clásico es el desarrollo del automóvil, cuyo consumo se expandió notablemente. En Estados Unidos la población pasó de 38 a 92 millones, mientras que en Europa creció de 290 a 435 millones de personas. Este aumento, a su vez, se explica por el desarrollo científico y la producción masiva de medicamentos por parte de la industria química.

En tercer lugar, el desarrollo industrial dejó de ser monopolio británico. El sistema capitalista, que se había iniciado en Inglaterra, se extendió a otros países como Francia, Alemania y Estados Unidos. La competencia internacional entre economías industriales nacionales fue cada vez más fuerte. Esta competencia desembocó en la concentración económica y la manipulación del mercado. Para poder competir y obtener beneficios y ganancias, las empresas debían hacerse fuertes. Así, se formaron grandes corporaciones industriales (carteles, trusts y monopolios) y los gobiernos comenzaron a participar en la economía de manera directa.

La competencia económica entre naciones acentuó las rivalidades políticas y robusteció las disputas en la búsqueda de materias primas y mercados para vender las producciones industriales o realizar préstamos financieros. El mundo entró en la era imperialista.  Las potencias industriales se «repartieron» el mundo en áreas de dominio e influencia. A escala global, los países se dividieron en desarrollados (industrializados) y subdesarrollados (aquellos que poseían materias primas y compraban los productos industriales pertenecientes a América Latina, Asia y África). Este nuevo patrón de «desarrollo-dependencia» fue el cuarto cambio principal experimentado por la economía mundial a finales del siglo XIX.
Texto realizado con base en: ERIC HOBSBAWM (1998). La era del capitalismo. Barcelona. Crítica.

La 2ª fase de la Revolución Industrial comenzó en el siglo XIX. Sin embargo, muchos de sus avances aún están presentes en nuestra vida cotidiana, algunos han cambiado y otros aparecieron más tarde. En las siguientes actividades verás cómo la Revolución Industrial no es cosa del pasado, sino también del presente y del futuro.

1. Enumera algunas actividades de las que realizas diariamente y piensa qué artefactos, materiales y tecnología usas directa o indirectamente (Ejemplo: De manera directa, el teléfono; de manera indirecta, la tecnología y materiales que se utilizan en la ropa que vistes). A partir de la lectura de los documentos anteriores, señala cuáles se desarrollaron a partir de la 2ª fase de la Revolución Industrial, aunque hayan cambiado o sean más sofisticados, y cuáles son posteriores.

2. El refinamiento del petróleo, que comenzó con la 2ª fase de la Revolución Industrial, permite la producción de gasolina, aunque este no es su único uso. Averigua qué otros productos precisan en su fabricación algún derivado del petróleo. Compara tu listado con los de tus compañeros.

3. Los carburantes de origen fósil como la gasolina (derivado del petróleo), expulsan dióxido de carbono (CO2), principal gas de efecto invernadero. Por ello, muchas organizaciones ecologistas insisten en la importancia de sustituir el uso del petróleo por otras energías no contaminantes y renovables. Averigua qué alternativas proponen para el área de transporte y redacta un breve informe teniendo en cuenta las siguientes preguntas:
– ¿Qué alternativas proponen?
– ¿Qué otras rechazan y por qué?
– ¿Qué nuevas energías se están utilizando ya?
– ¿Cuáles están en fase de prueba?
– ¿Qué otras recomendaciones sobre el uso y ahorro de energía realizan las organizaciones Ambientalistas?


Tema 13. Desarrollo científico tecnológico: Entre el siglo XIX y el XXI

Para progresos, el siglo XIX
Los últimos avances, desde los viajes espaciales hasta la clonación, no son nada comparados con los inventos del período que va desde finales de 1850 hasta 1903, dicen muchos historiadores y economistas.

Por STEVE LOHR. Columnista de The New Cork Times

Las pruebas se acumulan día a día conforme se anuncian avances en la computación, la biotecnología y otros campos de la economía moderna. Existen señales de que, al parecer, vivimos en un período de cambio tecnológico sin precedentes. Pero el índice actual de cambio tecnológico, dicen muchos historiadores y economistas, no es nada comparado con el período que va desde finales de la década de 1850 hasta 1903. Los inventos y nuevos productos de aquel momento comprenden el proceso de elaboración del acero, la lámpara eléctrica, el fonógrafo, el teléfono, la radio, el automóvil, el tránsito rápido (subterráneos y trenes), el motor diésel, la refrigeración y el aeroplano. La última parte del siglo XIX fue el período más importante de cambio tecnológico en lo que se refiere a cosas que afectaban la vida de una enorme cantidad de personas, en lo más básico mucho más que hoy, señaló Robert Post, presidente de la Sociedad para la Historia de la Tecnología.

Chauvinismo cronológico
Los avances tecnológicos de los últimos años, desde los viajes espaciales hasta las ovejas clonadas, constituyen una impresionante muestra de progreso. Pero no han traído aparejados cambios tan fundamentales en la sociedad como los provocados por los inventos de finales del siglo XIX. ¿Por qué, entonces, está tan difundida la creencia de que vivimos en una época de cambio tecnológico sin igual y cada vez más veloz?  Una de las respuestas es el chauvinismo cronológico, dice Paul Saffo, director del Instituto del Futuro, empresa de investigación. Es humano creer que el presente es único y, en una era de alta tecnología, la vanidad de pensar que ésta nunca avanzó tanto es comprensible. Otra de las razones, dicen los analistas de la tecnología, es el marketing moderno.

Hay una diferencia real entre lo que en el negocio de la computación se llama upgrade -una mejora suficiente como para tratar de vender una nueva versión del mismo producto- y un auténtico avance tecnológico. La máquina de vapor, el automóvil, el teléfono y el microchip fueron avances. Una computadora personal más veloz o un nuevo browser para Internet son sólo mejoras. Lo que realmente ha mejorado hoy es la capacidad de inflar tecnologías que, probablemente, no aporten demasiado, remarcó Post.  La tecnología de la información representa una parte cada vez más grande de la inversión, el empleo y la riqueza nacional. El software se ha convertido en la tercera industria manufacturera de los EEUU, sólo superada por los automóviles y la electrónica.  En Wall Street, el valor accionario de apenas dos compañías, Microsoft e Intel, ha alcanzado valores sorprendentes.

Incógnita
Como una gran parte de la economía depende hoy, directa o indirectamente, de las industrias de alta tecnología, tenemos un motor incorporado que genera la impresión de que la tecnología avanza rápidamente, dice Jed Buchwald, director del Instituto  Dibner para la Historia de la Ciencia y la Tecnología del Instituto de Tecnología de Massachussets.  Sin embargo, como el impacto de la tecnología de la información es más sutil que los inventos mecánicos (automóvil, aeroplano), algunos expertos dicen que podría ocurrir que se subestimara su influencia. Los más ardientes defensores de la tecnología están convencidos de que su fe no está equivocada. Piensan que la tecnología de la información está construyendo una economía más productiva y rápida. Uno de los más entusiastas e influyentes defensores de la nueva economía es Meter Schwartz, presidente de la Global Business Network, grupo de investigación que asesora empresas. Su evaluación es que el auge va a extenderse y derivar en una economía cada vez más globalizada y caracterizada por olas de innovación tecnológica.  Para escépticos como Paul Krugman, profesor de economía del Instituto de
Tecnología de Massachussets, actualmente no hay indicios de una transformación de
época […].

Fuente: The New Cork Times, 1997.  Traducido al castellano por: Diario Clarín. Adaptación.


Tema 14. Desarrollo científico del siglo XX: Aspectos positivos y negativos
Durante la primera mitad del siglo XX se produjeron innovaciones tecnológicas de gran importancia, sobre todo en el campo energético con el desarrollo de la electricidad a nivel masivo y el dominio de la energía atómica. Las principales fueron:

– En industria: Creciente invención de aparatos electrodomésticos; obtención de nuevos materiales de construcción (hormigón armado, cristal); fibras sintéticas para la producción textil.
– En medicina: Hallazgo de sustancias contra las infecciones (penicilina, otros antibióticos).
– En agricultura: Mejora de los conocimientos de cultivo, alimentación y técnicas de conservación de alimentos.
– En transporte: Producción de automóviles en serie (se convirtió en el medio masivo de locomoción); desarrollo de la cinematografía y la televisión.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, las áreas de mayor desarrollo fueron:
– La microelectrónica.
– La tecnología informática y la expansión de Internet.
– El uso de fibras ópticas en la transmisión de información, etc.
– La biotecnología, con el desarrollo de la ingeniería genética de gran importancia para la ciencia médica.

A pesar de estos avances, y durante las últimas décadas, algunos observadores han comenzado a advertir sobre aspectos destructivos y perjudiciales derivados de la tecnología.
– La contaminación atmosférica, proveniente de muchas fuentes: Centrales térmicas, que queman combustibles fósiles; desastres nucleares; tubos de escape de los automóviles.
Todo ello está provocando el «efecto invernadero» o calentamiento de la superficie.
– Los recursos naturales, incluso los no renovables como el petróleo, se están usando por encima de sus posibilidades.
– La destrucción masiva de selvas y bosques. A largo plazo, puede tener graves efectos en el clima mundial.
– Los gases contaminantes emitidos por los automóviles y las industrias. Provocan el adelgazamiento de la capa de ozono e intensifican la radiación ultravioleta con graves peligros para la salud.
– Los pesticidas, que amenazan la cadena alimenticia.
– La caza y pesca indiscriminada y los derrames de petróleo en el mar amenazan la supervivencia de especies animales en vías de extinción (ballena).
– Los residuos minerales usados por la industria están contaminando ríos, lagos y mares, así como las reservas de aguas subterráneas.
– Uno de los mayores desafíos de la sociedad moderna es la búsqueda de lugares para almacenar la gran cantidad de residuos que se producen y reducir su producción avanzando en su reciclaje.
– En el aspecto social, los avances técnicos y científicos no alcanzan a toda la población.
La pobreza sigue siendo una amenaza para la igualdad de oportunidades.

Fuente: http://www.portalplanetasedna.com.ar/desarrollo_cientifico.htm. Adaptación.



Fuente de los documentos: Gonzales, Amézola. “Del largo siglo XIX al corto siglo XX. 2009. España


Para la revisar en receso de octubre....